viernes, 25 de junio de 2010

"EL CORAZÓN DEL TUAREG", 4ª parte

Mi amada Yassmine sabe como nadie de lo que hablo y sabe de renuncias, porque ella hubo de renunciar a los suyos y a su tierra para seguirme, por amor, por el más puro y excelso amor de cuantos hayan existido. Y ella, una marroquí en tiempos de la Marcha Verde, tuvo que tomar partido por el bando del hombre al que amaba, en contra de las disposiciones de su familia y hubo de huir en plena noche para reunirse conmigo. Toda nuestra ulterior existencia en común estuvo marcada por la guerra y las necesidades económicas.  Nuestros hijos iban naciendo sin la presencia de su padre, puesto que yo comandaba una célula del Frente Polisario y sólo en contadas ocasiones podía reunirme con ella y amarla como sólo sabía amarla: en cuerpo y alma.

Fruto de aquellos esporádicos encuentros amorosos, nacían las criaturas que colmaban de felicidad nuestras austeras y severas vidas. Esos retoños a los que mi esposa criaba con denodado sacrificio, eran el motivo que nos impulsaba a seguir, a continuar luchando, porque ellos, el fruto de nuestra ardiente pasión, eran el futuro por el que no se debía regatear ningún esfuerzo.

Y al final… ¿para qué? Tanto Yassmine como yo ya somos dos ancianos y nuestros hijos han tenido que buscarse la vida a miles de kilómetros de nosotros, privándonos de su presencia, de su deseada compañía. Nuestra existencia no ha sido fácil, no, no lo ha sido, pero aun así, no renunciaría a ninguno de los momentos vividos al lado de mi amada, de mi hermosa hurí, de mi Yassmine…

Ni siquiera las mil y una dificultades y vicisitudes vividas, ni el cruel e inexorable tiempo, que han arado la otrora tersa piel de mi adorada Yassmine, con la  indeleble huella de decenas de profundos surcos, han podido apagar el intenso brillo de su mirada. Sus ojos aún lucen el esplendor del pasado sobre esa tenue raya de khol que, cual oscuro lindero, les infunde la profundidad de toda una vida pletórica de emoción y de entrega. Así es la mirada de mi Yassmine: deslumbrante como el fulgor de una rutilante estrella.

Y ahora me voy a servir ese espumante té verde bajo mi humilde jaima y a degustarlo y disfrutar de su penetrante aroma a menta, en compañía de mi muy querido hijo y de mi bien amada Yassmine, la más dulce y exquisita de las flores, que ha sido, en mi penosa vida, una eterna primavera.

 FIN. 

Pinturas:  "A beduin arab"  (Un beduino árabe), 1891, John Singer Sargent.
                 "Camellos en una travesía", 1857, Jean León Gérôme.

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